¿Cuánta tierra necesita el hombre?

Día a día la frontera agrícola se va desplazando. Pese que según múltiples estudios el 40% de los alimentos producidos terminan en la caneca, nuestra civilización está convencida que la ruta para suplir la demanda de recursos  energéticos y alimentarios es la conquista de mayor superficie terrestre para uso humano. Pensar en una tierra mejor aprovechada no es una estrategia muy popular; necesitamos mover los límites, expandirnos y dominar ecosistemas.

La guerra y la paz, de León Tolstói, es considerada una de las obras más importantes de la literatura universal. Su trama se desarrolla en una de las épocas más tumultuosas de la historia, cuando la ambición desmedida de Napoleón Bonaparte choca contra las fuerzas de la naturaleza encarnadas en la inmensidad territorial de Rusia y el despiadado invierno. Al emperador francés no le bastó con gobernar la nación más populosa de Europa, tampoco le fue suficiente haber conquistado a casi todos los países del continente. Su insaciable ambición lo llevó a buscar expandir sus dominios a la monumental estepa rusaA la postre, el portento de la estrategia militar recibiría una lección de humildad por cuenta del ímpetu de la naturaleza, y el genio a quien no habían podido derrotar las más formidables alianzas de reyes, emperadores y zares terminaría siendo aplastado por la fuerza natural del general invierno. 

El drama de Napoleón es, en cierta forma, el mismo que viven muchos seres humanos en el microcosmos de su propia conciencia y es el mismo que hoy día se vive en el macrocosmos del alma colectiva de una humanidad que, para el año 2050, necesitará de dos planetas Tierra para poder satisfacer sus necesidades de recursos naturales y energía para alimentar su voraz apetito consumista. 

Es también el drama del campesino ruso de la obra de Tolstói titulada, precisamente, Cuánta tierra necesita un hombre, que fue considerada por el famoso escritor James Joyce como uno de los más importantes escritos de la narrativa humana. El tema es el mismo que se origina en la pregunta de Jesús que citamos arriba; solo que, en esta obra, Pahom, el personaje central, es un hombre trabajador y sencillo que ama la tierra y la naturaleza, y que, a pesar de sus virtudes y romanticismo, es destruido por la avaricia. 

Cuenta la historia que a Pahom lo atormentaba la idea de trabajar para otros hasta el punto de asegurar que «la vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias» y que «¡Si yo tuviera toda la tierra que me gustaría tener, no le temería ni al mismísimo diablo!».

Una vez se le presentó una oportunidad y con grandes sacrificios logró reunir la suma que necesitaba para comprar una parcela propia. De pronto su sueño se había hecho realidad y cuando «salía a arar la tierra ahora suya para siempre o a contemplar los brotes de trigo y los verdes prados, y no cabía en sí de gozo. Le parecía que en ella la hierba y las flores crecían de una manera diferente.».

Pahom había encontrado realmente lo que podría colmar todos los anhelos del corazón sencillo de un campesino ruso sin las pretensiones intelectuales o las angustias psicológicas de los personajes del otro grande de la literatura rusa, Fedor Dostoievski. Su visión del mundo era la de un hijo de la tierra que encuadraba dentro del espíritu romántico que iluminó la vida de Tolstói cuando decidió vivir de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio y fue entregando su fortuna para dedicarse a enseñar a los hijos de los campesinos, y a crear una filosofía cristiana de humildad y pacifismo. 

Pero la avaricia extrema puede esconderse aun en los corazones más inocentes, y en el caso de Pahom, sus palabras necias de desafiar la maldad y tentar al demonio se volvieron contra él. La tentación que destruiría su vida llegó cuando, después de haber acumulado mucha más tierra de la que podía usar, aparecieron los misteriosos Bashkirs que le ofrecieron venderle por una bicoca toda la tierra que pudiera recorrer en un día, solo si regresaba al punto de partida antes de la puesta del sol.

Pahom salió con la alborada, con la intención de regresar antes de mediodía y así asegurarse de cubrir la distancia del retorno antes de la hora señalada. Pero la ambición y la avaricia son más poderosas que la prudencia, la moderación y el sentido común, y cuando Pahom estaba a punto de regresar, vio muy cerca una tierra tan fértil y bella que decidió recorrer, confiado en que podría recuperar el tiempo perdido apresurando el paso de vuelta. Solo que la tentación se repetía y, cuando el triste personaje decide finalmente devolverse, el esfuerzo físico que tiene que hacer en el desesperado intento de recuperar el tiempo perdido es tan grande, que a solo pocos metros del punto de partida adonde tenía que volver, cae y muere frente al siniestro personaje que lo tentó con tan generosa oferta comercial. 

Al final, toda la tierra que necesitó el campesino ruso que tanto había gozado con la hermosura de las flores y la belleza natural de su primera propiedad, sería una fosa de dos metros de largo por uno de ancho. 

 

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